El (mal) hábito de quejarnos por todo
Algunas personas adquieren el hábito de quejarse constantemente por todo, nada les va bien y tienen la habilidad de encontrar el punto negativo en cualquier cosa o en cualquier persona y, en muchos caos, éste es un hábito tan arraigado que ni tanto sólo se dan cuenta de ello. La persona que se queja es capaz de encontrar inconvenientes en acontecimientos que, en realidad, son muy positivos. Para ellos, todo son inconvenientes y, a menudo, son incapaces de encontrar aquello positivo que pueda tener cualquier situación. El hábito de quejarse refleja que en la vida de esa persona hay un grado muy elevado insatisfacción debido a que le resulta muy difícil mantener una actitud positiva. Muy a menudo, éste es un hábito que se hereda de nuestra familia de origen, es decir, que es probable que haya algún familiar muy cercano que muestre esta tendencia y, a veces, podemos acabar adoptando esta actitud por un proceso de imitación.
Este mal hábito, es una actitud muy perjudicial para la persona puesto que, en su cotidianidad, reina la negatividad y el pesimismo y le impide disfrutar en su día a día. Además, esta actitud afectará negativamente a las relaciones interpersonales propiciando que las personas del entorno tiendan a distanciarse. La queja constante condicionará, sin duda, el estado de ánimo de la persona y potenciará emociones cómo: la tristeza, el enojo o la ira.
Estas personas suelen atribuir la responsabilidad de todo el que no va bien a los demás o a factores externos. Es decir, que entienden que ellos no son parte activa y que, por tanto, no tienen ninguna influencia en el curso que toman los acontecimientos, así se eximen de toda responsabilidad y adoptan una actitud victimista. En consecuencia, la queja constante hace que no sean proactivos y los impide avanzar.
Acomodarse adoptando este hábito, seguir lamentándose y aceptar esta forma de hacer es, muchas veces, la salida más fácil. No debemos dejar de afrontar el problema y es necesario que nos convirtamos en agentes activos y que trabajamos para cambiar esta actitud ante la vida. Para poder cambiar este hábito hace falta:
Para comenzar, si hemos detectado que tendemos a quejarnos demasiado, hace falta que registramos la frecuencia con la que nos lamentamos y las causas que generan la queja (lo primero y más necesario es percatarnos de, en que medida, mostramos esta actitud). Si el motivo de la queja es justificado, entonces diseñaremos un plan que nos ayude a mejorar la situación, esto es, que deberemos buscar la parte positiva de la situación actual. Por ejemplo, si no podemos hacer aquella excursión que habíamos planificado porque está lloviendo, podemos idear un plan atractivo que podamos hacer en casa como puede ser: mirar una película, cocinar una comida especial o pasar la tarde con la familia.
Cuando el motivo de nuestra queja sea justificado y necesitemos compartirlo con alguien, entonces limitaremos el tiempo que nuestra actitud de queja ocupa en el tiempo compartido con la otra persona. Es decir, no podemos dejar que esta actitud predomine la mayor parte del tiempo que la otra persona nos está dedicando. Por ejemplo, alguien puede estar a disgusto en su trabajo y puede necesitar explicar a su pareja como le ha ido el día cuando regresa a casa, pues en tal caso, es necesario limitar el tiempo en el que estaremos hablando sobre este tema. Por ejemplo, 10 minutos cada día cuando llegamos a casa puesto que, la queja recurrente, no hará nada más que incrementar nuestro malestar y también el de nuestro interlocutor. Además de limitar el tiempo de exposición del problema, es necesario que tomemos una actitud proactiva que nos ayude a afrontar el problema que nos ocupa y que busquemos posibles soluciones.
Será necesario también que aprendamos a focalizar nuestra atención en aquellos aspectos positivos que tiene cualquier situación o persona. Debemos aprender a apreciar y a valorar las cosas buenas que tiene la vida para así poderlas disfrutar.
Y para terminar, deberemos también trabajar nuestra capacitad de empatía para así darnos cuenta que, muchas veces, nuestros motivos de queja son poco importantes y para conseguir también interacciones interpersonales que a las personas de nuestro entorno les resulten mucho más agradables.
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