Culpa y empatía: cómo la autoindulgencia puede moderar nuestros sentimientos
Experimentamos sentimientos de culpa cuando, con nuestro comportamiento, hemos herido o creemos que hemos causado daño a otra persona. La frecuencia y la intensidad de esta experiencia están condicionadas por el estilo educativo que hemos recibido, en particular, por los principios morales inculcados en nuestro núcleo familiar y nuestro entorno social más cercano. Estos principios morales actúan como una brújula interna que guía nuestras acciones y reacciones ante diversas situaciones. Desde una edad temprana, nuestros padres, cuidadores y maestros nos enseñan lo que es correcto e incorrecto, moldeando nuestras percepciones de responsabilidad y ética. Por ejemplo, en un entorno donde se enfatiza la importancia de la honestidad y la integridad, podríamos sentir una culpa intensa incluso por una mentira menor. Por el contrario, en un entorno más permisivo, la misma acción podría no generar el mismo nivel de culpa.
En este artículo, me refiero al sentimiento de culpa cuando este es poco fundamentado, es decir, cuando surge por hechos insignificantes o situaciones que pueden ser reparadas.

Percibir este sentimiento puede ser positivo porque la culpa nos alerta sobre alguna acción negativa que hayamos podido realizar y, por lo tanto, se convierte en un punto de partida para poder actuar de otra forma en situaciones similares futuras. El hecho de experimentar este sentimiento puede ser adaptativo si aprendemos algo positivo de nuestro error, es decir, si nos permite actuar de manera diferente en el futuro. Además de servirnos de experiencia y guía, nos invita a reflexionar y a rectificar y, si es necesario, hablar con la persona afectada y pedirle perdón.
Aquí es donde entra en juego la empatía. La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro y de entender y compartir sus sentimientos. Ésta es una habilidad fundamental para las relaciones humanas y juega un papel crucial en la experiencia de la culpa. Si somos personas muy poco empáticas, lo más probables es que el sentimiento de culpa sea, para nosotros, una experiencia poco familiar. Cuando somos empáticos, estamos más sintonizados con el impacto que nuestras acciones pueden tener en los demás. Esta conciencia puede intensificar el sentimiento de culpa, pero también nos motiva a reparar el daño causado y a actuar con más consideración en el futuro. Al entender mejor las perspectivas y emociones de los demás, podemos evaluar de manera más justa si realmente hemos causado un daño significativo
Por otra parte, una poco de indulgencia hacia nosotros mismos, también puede ayudarnos a moderar nuestro sentimiento de culpa. o si estamos siendo excesivamente críticos con nosotros mismos. Con un poco de flexibilidad hacia nosotros mismos, vamos a adquirir la capacidad de ser más autocompasivos, lo cual es esencial para manejar la culpa de una manera más sana y adaptativa.
El sentimiento de culpa acarrea consecuencias negativas para nuestro bienestar cuando se manifiesta de manera muy intensa y recurrente. En tal caso, puede llegar a ser una fuente importante de malestar. Éste sentimiento es desadaptativo cuando lo experimentamos por hechos de los que no somos responsables, que no dependían de nosotros, o en los que no había una mala intención por nuestra parte. En este caso, la culpa se convierte en patológica que nace de la falta de objetividad, la inflexibilidad y la incapacidad de perdón hacia nosotros mismos. Hablamos entonces de un sentimiento de culpa exagerado, fruto de un alto nivel de autoexigencia. Esta culpa surge, simplemente, porque no somos indulgentes con nosotros mismos y no nos permitimos ni perdonamos el más mínimo error. En estos casos, es necesario trabajar este sentimiento porque nos limita y nos inmoviliza, ya que suele llevarnos a evitar tomar decisiones o a introducir cambios (que desearíamos introducir) en nuestra vida para evitar, en gran medida, experimentar este sentimiento.
En resumen, el sentimiento de culpa, la capacidad empatía y la habilidad de ser un poco flexibles y menos exigentes con nosotros mismos, son variables que están intrínsecamente relacionadas. La empatía puede intensificar la culpa, pero también puede ofrecer un camino hacia su resolución, ayudándonos a entender y a reparar el daño causado, así como a ser más compasivos con nosotros mismos. Al cultivar una empatía equilibrada, podemos manejar mejor el sentimiento de culpa, asegurándonos de que se convierta en un sentimiento que nos aporte una actitud más constructiva.
Laura Puig - Psicólogos Girona y terapia online
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